La noción de cobertura curricular y su impacto en la visión del aprendizaje y de la evaluación

Aprendizaje

Los criterios establecidos ministerialmente señalan que cuando un estudiante ha desarrollado e incorporado a su conocimiento los Objetivos de Aprendizaje (OA), “logró” aprender. La medición y cuantificación de estos logros en el aprendizaje construyen evidencia que da cuenta de la cobertura curricular que cada profesor y escuela o liceo alcanzan.

Para una institución escolar orientada efectivamente al logro de aprendizajes de calidad por parte de los estudiantes, será fundamental monitorear sistemáticamente la cobertura curricular con el fin de evidenciar grados de avance y déficits. Esta información permitirá determinar, en consecuencia y de modo pertinente, procesos y prácticas de mejoramiento de la enseñanza. Ahora bien, esta práctica difiere en cada establecimiento escolar, en función de cómo éste interprete la demanda por la cobertura y el sentido que ésta tiene. 

Es fundamental aclarar que la cobertura busca estimar el nivel de desarrollo y profundidad alcanzado durante el año académico de los OA establecidos por el Ministerio de Educación para cada nivel. Esto naturalmente nos obliga a poner en diálogo al menos la siguiente triada: currículo prescrito, currículo implementado y currículo aprendido.

Un centro escolar pondrá énfasis en la implementación curricular exclusivamente como exposición de unidades o clases planificadas, o considerará el aprendizaje logrado por los estudiantes como una variable fundamental para afirmar o declarar cobertura.

El nivel de reporte y análisis que hasta ahora más ha afectado la escuela a través de mecanismos de seguimiento técnico, es la evidencia de lo prescrito y lo implementado, esto es, la relación entre el currículo establecido y la proporción de los contenidos por los que el docente efectivamente logra transitar dentro de un año escolar en una asignatura determinada. Insumos como las planificaciones o registros de aula podrían, por sí solos, dar cuenta de niveles de cobertura si se la considera como aquello enseñado, pero no necesariamente aprendido. Sin embargo, una noción de cobertura que no considera el currículo aprendido, supone que la misión de la escuela se agota en la transferencia de conocimientos, sin atender necesariamente al nivel de logro de aprendizajes que los estudiantes poseen realmente.

Lo cierto es que los profesores enfrentan permanentemente la dificultad de no cubrir todos los objetivos del currículum a costa de una mayor profundidad, o abordar el máximo de objetivos sin el tiempo y rigurosidad que requiere cada uno de ellos. 

Es evidente que una noción de cobertura que considere la triada: prescrito, implementado y aprendido impacta la visión respecto del aprendizaje y la evaluación. Asumir el desafío de cobertura desde esta perspectiva supone considerar el aprendizaje como una construcción que pone al centro la relación y compromiso entre: docentes – estudiantes, y evaluación como un recurso que nutre de manera permanente las decisiones docentes. 

El procedimiento habitual que se propone a los centros escolares para enfrentar el desafío de la cobertura considera la siguiente secuencia: 

  • planificar, a nivel de aula y de la institución escolar, y enseñar 100% de los Objetivos de Aprendizaje, asegurando cobertura curricular, 
  • medir los logros de aprendizaje, evidenciando las brechas entre currículum planificado, enseñado y aprendido y 
  • reflexionar y ajustar los procesos de planificación, prácticas de enseñanza y de reforzamiento para que superen las brechas entre el currículum prescrito y el aprendido. Este proceso suele ser el más complejo, porque depende directamente de la profundidad de análisis que se haga de los resultados de las evaluaciones aplicadas.

Una escuela que en su noción de cobertura pone al centro lo efectivamente aprendido, visualiza avances e insuficiencias, identifica alumnos y cursos rezagados, se hace cargo de esta información y en coherencia con ella, propone ajustes a las planificaciones, adapta las estrategias de aula y define acciones de apoyo a quienes las necesitan. La evaluación por tanto, cobra un valor trascendental, puesto que la información sobre logros de aprendizaje facilitará la focalización de esfuerzos y promoverá en los docentes compromiso con el progreso y aprendizaje de sus estudiantes. 

Un estudio de Rodríguez, Saavedra y Castillo (2015) respecto de Expectativa, cobertura y dominio curricular, refiere que la profundidad con que se aborda el currículum por parte del docente, no tan solo es expresión del nivel de exposición en unidades de tiempo que se le dedica al contenido, sino también a la calidad de la estrategia didáctica implementada y la capacidad de observar críticamente su trabajo pedagógico. 

En síntesis, el desafío mayor de las escuelas seguirá siendo atender a su mayor propósito: promover aprendizaje en sus estudiantes. La acción pedagógica tiene sentido no solo desde la exposición de contenidos en cada clase o la implementación de secuencias planificadas, sino cuando a partir de la información de la que se dispone y del conocimiento profundo del progreso de los estudiantes, el docente hace más eficiente su capacidad para instalar competencias y desarrollar habilidades.


Referencia bibliográfica: Gisela Watson Castro. Doctor© en Didáctica de la Lengua y la Literatura por la Universidad de Barcelona. Académica e Investigadora de la Universidad de Santiago de Chile.

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